Resumen de la conferencia sobre salud y tóxicos en el Festival Residuo Cero, con la participación de Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada; Ethel Eljarrat, investigadora del CSIC, y Dolores Romano, asesora en políticas de sustancias químicas de la Oficina Europea de Medio Ambiente.
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Normalmente, cuando se habla de prevención de residuos, se tiende a pensar en evitar residuos para reducir su cantidad. Pero Rezero lleva años trabajando también desde el punto de vista cualitativo. Con las campañas Salud de Plástico y Nuevo Periodo, se apuesta por evitar el consumo de productos con componentes tóxicos. No solo porque el tratamiento de los residuos asociados a estos productos conllevan mayores dificultades y riesgos, sino también, y sobre todo, porque antes de convertirse en residuos, mientras se hace uso de ellos, están comprometiendo la salud de la ciudadanía.
En esta línea de trabajo, Rezero ha tenido la suerte de contar con la colaboración de varias personas del ámbito de la investigación. Científicas y científicos que llevan años alertando de que los mecanismos de protección de la salud humana establecidos hasta ahora son insuficientes. Los estudios demuestran que están fallando. Para contribuir a que su voz llegue a más gente y dar a conocer los resultados de los últimos estudios, en el Festival Residuo Cero se organizó una mesa redonda con Nicolás Olea, catedrático de Radiología y Medicina Física de la Universidad de Granada, Dolores Romano, asesora en políticas de sustancias químicas de la Oficina Europea de Medio Ambiente, y Ethel Eljarrat, investigadora del CSIC. La mesa fue moderada por Roser Badia, coordinadora de Rezero en Baleares.
Tóxicos, consumo y salud: panorámica
Nicolás Olea fue el primero en intervenir y empezó por destacar la importancia de los resultados del proyecto Iniciativa Europea de Biomonitorización Humana (HBM4EU) destinada a consolidar los datos existentes y realizar estudios conjuntos para generar conocimientos sobre la gestión segura de las sustancias químicas y proteger así la salud humana en Europa. Según los datos recogidos, en toda la sangre y orina analizada se ha detectado presencia de tóxicos, sin excepciones por territorio, edad o género. Ahora la Unión Europea tiene otro estudio en marcha que concluirá en 2029.
Esta investigación, la más ambiciosa realizada hasta ahora, demuestra que los mecanismos para proteger la salud de las personas no están funcionando. Entre otras cuestiones, ha puesto de manifiesto que los conocidos límites permitidos de exposición a ciertos tóxicos, por debajo de los cuales se argumentaba que no existía riesgo de salud, no son medidas eficaces.
Pero, ¿de dónde provienen estos compuestos químicos que han llegado a los organismos humanos? Los tóxicos llegan vía plásticos, pesticidas presentes en alimentos, ambientadores, cosméticos, textiles, etc. Es decir, muchos de estos tóxicos están en los hogares, en los suelos, las cortinas, los muebles, los alimentos… En las escuelas y guarderías ocurre lo mismo. Los materiales de toda la vida han sido sustituidos por otros con mucha carga tóxica. Son preocupantes estas exposiciones, sobre todo durante el embarazo y en la primera infancia.
Con la información que tenemos es más que necesario actuar preventivamente. Porque muchos de estos componentes detectados, sin ser cancerígenos directamente, son disruptores endocrinos. Es decir, afectan al equilibrio hormonal y este desequilibrio es el que está en la base de muchas enfermedades que llamamos modernas: obesidad, diabetes, déficit de atención e hiperactividad, problemas ginecológicos, de fertilidad…
Tóxicos, consumo y salud: panorámica
Ethel Eljarrat empezó su intervención lamentando que la Unión Europea invierta tantos recursos en una investigación que no aportará ninguna información nueva al sector académico, en lugar de destinarlos a establecer medidas para revertir la situación.
También destaca dos dificultades para sensibilizar sobre el peligro de los componentes tóxicos. Lo primero es que no se ven y, por tanto, cuesta más tomar conciencia de la amenaza que representan. Lo segundo es que no son de efecto inmediato. Para explicarlo, lo compara con el cianuro, que es un tóxico de efecto inmediato y, por tanto, es mucho más fácil detectar la relación causa-efecto. El problema de los componentes tóxicos que preocupan a la comunidad científica es que las exposiciones a las que están sometidos los organismos son pequeñas, pero cotidianas. Es la acumulación en el organismo lo que puede provocar que a la larga surjan problemas derivados.
En este sentido, Eljarrat subraya el peligro de los componentes tóxicos persistentes y bioacumulables. Son aquéllos que nuestro organismo no es capaz de metabolizar y eliminar. Esto significa que cuando entran, se quedan de por vida y a medida que el organismo envejece, las cantidades van en aumento.
Algunos de estos químicos no sólo son disruptores endocrinos, algunos también son cancerígenos y neurotóxicos, es decir, que pueden afectar al cerebro. Hay estudios, por ejemplo, que relacionan estos neurotóxicos con el Alzheimer.
Para Eljarrat, lo grave es que estos tóxicos que se acumulan en los organismos, se transfieren a los niños, a través de la placenta y de la leche materna.
Y el otro gran problema es que los tóxicos sobre los que está alertando a la comunidad científica persisten en el ambiente. Por tanto, aunque hoy se promulgase normativa para erradicarlos, los efectos no se verían hasta al cabo de muchos años. Hay estudios que demuestran que sustancias prohibidas hace treinta años todavía están presentes en el medio en cantidades nada despreciables.
Esto también tiene implicaciones de cara a la reintroducción de residuos en la cadena de producción. Eljarrat defiende que la economía debe ser circular, pero también limpia. Plantea la necesidad de evaluar qué ocurre con los tóxicos durante el proceso de reciclaje y si se incorporan al material que se deriva. De hecho, subraya que los estudios demuestran que los tóxicos de un producto pasan a los materiales que se derivan después del reciclaje. Esto explica que todavía hoy se comercializan productos con componentes tóxicos prohibidos hace más de treinta años, puesto que al usar materiales reciclados, también se incorporan los tóxicos al nuevo producto.
La científica del CSIC también reclama que la industria deje de saltarse las prohibiciones de componentes tóxicos alterando ligeramente la formulación para crear una nueva denominación y esquivar así la normativa. De este modo hay que realizar nuevos estudios que demostrarán, quizás diez años más tarde, lo que ya se sabe ahora: que la nueva sustancia es igual de tóxica que la prohibida. Es una práctica habitual que les sirve para ganar tiempo, pero que pone en juego la salud de las personas. Es lo que ha ocurrido con el bisfenol A y sus sucesores.
Tóxicos, consumo y salud: panorámica
Dolors Romano defiende que lo mínimo necesario sería regular los componentes que la Unión Europea, que es conservadora en estos temas, considera de alto nivel de preocupación. Están los que ya se han mencionado y también los inmunotóxicos, que son los que afectan al sistema inmunitario, y los que contaminan las aguas subterráneas y que afectan al agua de boca.
También reclama que las empresas que fabriquen estas sustancias cumplan con su obligación de testar e informar, a través de una base de datos pública, sobre los impactos de sus componentes químicos. El conocimiento lo están generando miles de científicas y científicos que alertan sobre los impactos en la salud de estas substancias. Sin embargo, esto no se está traduciendo ni en una regulación restrictiva ni en la circulación de la información a través de la cadena de producción. Así, los fabricantes de productos eligen entre diversas materias primas sin saber los riesgos que suponen para la salud.
Romano denuncia que, aunque en España la industria química no está cumpliendo con su obligación de informar, no se están imponiendo sanciones.
Medidas necesarias
Roser Badia plantea la necesidad de convertir el miedo en empoderamiento y reclamar medidas basadas en el conocimiento generado. Así, invita a las personas de la mesa a compartir cuáles creen que deben ser las claves para el cambio.
Nicolás Olea comienza esta segunda ronda lamentando el tiempo que la maquinaria normativa tarda en restringir los componentes. Desde que surgen los estudios que demuestran la toxicidad de un componente hasta que se legisla prohibiendo su uso, pueden pasar décadas. Es el caso de lo ocurrido con el bisfenol A, cuya prohibición llegó 28 años más tarde de las primeras evidencias científicas. También pone sobre la mesa la necesidad de que alguien asuma responsabilidades por los perjuicios en la salud. Y comparte su esperanza de que sean las jóvenes las que se planten ante la sociedad machista y patriarcal y cambien las reglas del juego establecidas por los hombres blancos.
Ethel Eljarrat reclama que se establezca un sistema de evaluación del cumplimiento de la normativa. La persona consumidora no tiene elementos para saber si los productos que existen en el mercado cumplen lo que dice la ley. Debe ser la administración quien controle que es así.
Dolores Romano reivindica el Pacto Verde, como un hito importante en temas químicos. Incluye muchas medidas, el problema es que, aunque se ha avanzado, se hace muy despacio. Y que medidas de transparencia más que necesarias, como el pasaporte digital, están por debatir.
La sesión se cerró con un turno abierto de palabras que sirvió para constatar la preocupación por la información aportada y la necesidad de buscar alternativas más saludables. Como decía Ethel Eljarrat, en gran medida la solución pasa también por un cambio de hábitos de consumo, así como profundizar en la colaboración entre el ámbito académico y el sector productivo.
4 de enero de 2024
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